martes, noviembre 06, 2018

El factor humano ante el nuevo paradigma de la conducción

La humanidad desde sus orígenes ha sido nómada y, a medida que se iba asentando en un lugar concreto, se fue manifestando la necesidad de solucionar el problema derivado del transporte de personas y cosas, a la vez que se debía hacer frente a los problemas y el impacto que tenía esto en la sociedad, en el territorio y en el propio individuo.

Los desplazamientos comenzaron a pie, con animales o en carromatos; la aparición del transporte sobre raíles data de 1515 (funicular[1] en Austria sobre raíles de madera), en 1812 se presentó la primera locomotora[2] funcional y el automóvil de vapor Cugnot[3] en 1769, con la segunda versión se produjo el que podría considerarse primer accidente automovilístico de la historia al resultar imposible el correcto manejo del monumental vehículo, que acabó chocando contra una pared y que se derrumbó fruto del percance.

En cuanto a la movilidad, siempre se ha buscado que mejore incorporando mayor capacidad de carga, mayor velocidad, mayor comodidad, siendo evidente el impacto social, económico, cultural, jurídico e industrial que ha supuesto desde sus inicios.

Esta búsqueda de la mejora, del incremento de la carga o de personas transportadas, de la reducción de las distancias, de la comodidad y, sin duda, de la seguridad nos ha estado acompañando a lo largo de los siglos.

Desde sus inicios, el conductor ha sido actor y público de los avances que ha vivido la conducción y ha tenido que adaptarse a ellos. A lo largo de la historia se ha observado la necesidad de dotar de competencias, de una forma más o menos reglada, a aquellos que conducían cualquier tipo de vehículo. Un dato singular, yo diría incluso anecdótico, es la existencia hace dos milenios, en China, de escuelas especializadas en la enseñanza de la conducción de carros de mano que transportaban personas. Pero, más allá de estas cuestiones, vamos a centrarnos en nuestra historia más reciente. Hace 60 o 70 años, el automóvil y el transporte en general, en definitiva, la movilidad era esencial para el desarrollo social y económico de los territorios; gracias a ella se podían unir localidades con relativa facilidad, expandir el comercio e incluso mejorar la calidad de las personas, no debemos olvidar a los médicos, profesores o párrocos rurales cuya labor no se podría desempeñar sin un medio de transporte.

Aquellos conductores con sus competencias debían hacer frente a un número de exigencias, si no elevado, sí de gran impacto en la seguridad y en el transporte. Conductores que tenían un elevado conocimiento del vehículo que les permitía solucionar incidencias en ruta y seguir con el viaje o con el desarrollo de sus tareas, todo ello en unas vías que no habían evolucionado al ritmo del transporte y que se hacían pequeñas, siendo una exigencia más a la que el conductor hacía frente con sus capacidades.

Ya avanzado en siglo XX, hacia la mitad de la década de los 80, la movilidad sufrió su primer gran cambio en lo que hace referencia a los vehículos; aparece la electrónica y la complejidad mecánica se elevaba, lo que supone una nueva adaptación y un ajuste de competencias por parte del conductor. Por otro lado, en esa época nos encontrábamos en pleno desarrollo viario, las carreteras mejoraban, las rutas de más afluencia se desdoblaban o, en todo caso, la plataforma crecía para circular por ellas de forma más cómoda y segura.

A finales de los 80, concretamente en 1989, se da el número más elevado de muertos por accidente de tráfico en nuestro país: 9.344 fallecidos, que supone 779 personas al mes o, lo que es lo mismo,  25 personas al día. Dejen que me permita una licencia, una sin razón.

A partir de ese momento, y como punto de inflexión, la sociedad fue consciente que la movilidad debía ser segura y que los accidentes de tráfico no son ningún tributo que se debe pagar por disponer de una movilidad que nos ofrece viajar o transportar mercancías sin apenas barreras.

Nuestro país ha sufrido graves accidentes de tráfico que han dejado huella en la memoria de la sociedad. El de los Alfaques, el 11/7/1978,  accidente de un vehículo que transportaba mercancías peligrosas en un camión cisterna sin apenas medidas de seguridad y que los técnicos atribuyeron a una BLEVE. El sobrellenado del tanque causó la ruptura hidráulica de la cisterna, con la consecuente evaporación y expansión del gas licuado, provocando una explosión de tipo BLEVE. Esta fue la causa oficial según el tribunal de Tarragona.[4] En este accidente fallecieron 243 personas y resultaron heridas 300.

El 6 de diciembre de 1991, 17 personas murieron calcinadas tras una colisión múltiple en la autopista A-8 cerca de Amorebieta. Y el 6 de julio de 2000, 22 estudiantes de entre 14 y 16 años murieron cerca de Soria en una colisión del autocar donde viajaban con un camión.

La administración cogió las riendas del cambio impulsando cambios normativos, pasando del Código de Circulación del 25 de septiembre de 1934 a la Ley 18/1989 de 25 de Julio, de bases sobre tráfico, Circulación de Vehículos a Motor y Seguridad Vial que abrió el camino a la norma de referencia: la Ley sobre Tráfico Circulación de Vehículos a Motor y Seguridad Vial aprobada por Real Decreto legislativo 339/1990 de 2 de marzo.

Sin ánimo de ser exhaustivo en el desarrollo de la norma, señalaré la importancia que tuvo en la mejora y la disminución de los accidentes la publicación de los diferentes reglamentos que regulaban comportamientos, medidas técnicas y de seguridad y que nos acercaba a la legislación Europea cohesionando con otros países que llevaban tiempo luchando con esta lacra. Cuestiones como el cinturón de seguridad o el casco, que en aquellos años de máxima siniestralidad eran para muchos conductores elementos de adorno, pasaron a ser tratados con una regulación más acurada.

Posteriormente, la aparición del carné por puntos fue todo un acierto. En poco tiempo observamos cómo se iba reduciendo la mortalidad, sin olvidar la constante mejora de los vehículos en cuanto a seguridad pasiva y activa que, sin duda, han aportado mucho en estos últimos años.

Desde el lado internacional, el compromiso de la reducción de la mortalidad en las vías se consideró un compromiso mundial, un objetivo a conseguir. Tanto la ONU como la UE han establecido planes decenales que piden una reducción del 50% de la muertes en las carreteras, precisamente en 2020 acabará el segundo plan, que se encuentra muy lejos del objetivo marcado.

En conclusión, desde los años 50 a la actualidad el crecimiento de la movilidad en las carreteras ha sido constante, como también lo ha sido el aumento de los accidentes de tráfico que lo han acompañado. La mejora de las vías y la de los vehículos, así como la regulación de nuevas normas,  han sido medidas que han impactado positivamente en el incremento de la seguridad en las vías, hasta el punto de llegar a posicionar a España entre los 5 países de la UE con “mejores números” en cuanto a mortalidad (si se puede considerar que hablar de muertos en carreteras tiene algo de bueno). En la actualidad, y tras varios años sin lograr mejorar, en realidad con un ligero aumento de la mortalidad, hemos perdido algún puesto en la clasificación, motivo por el cual deberemos seguir trabajando para lograr el soñado riesgo 0.

¿Y el factor humano? ¿Qué ha aportado y qué deberá aportar en el futuro? ¿Cuáles serán las nuevas exigencias a las que deberemos hacer frente los conductores? En definitiva, ¿cuál será el nuevo paradigma de la conducción?

La concienciación, la educación y el respeto han sido, son y serán elementos claves en la reducción de los accidentes de tráfico. Podemos circular con el mejor vehículo, por la mejor vía, pero si no somos conscientes, si no disponemos de las competencias necesarias y no cumplimos las normas, el esfuerzo técnico, el esfuerzo inversor en el mantenimiento y adaptación de las vías y vehículos no será suficiente para seguir disminuyendo los accidentes de tráfico.

Para dar respuesta al título de la intervención, quiero centrarme en el ámbito profesional, en aquellas personas que dedican su vida al transporte, ya sea de mercancías o de personas, y que hacen posible que nuestra vida sea más fácil.

El crecimiento[5] de las sociedades se evidencia más íntimamente con los cambios de paradigma a los que se ve sometida. Los modelos económicos de gestión, por ejemplo, son modelos que se crean, se desarrollan y dejan de ser útiles.

Las personas estamos constantemente tras la mejora continua, una vez cubiertas determinadas necesidades, buscamos mejorar y crecer. Lo mismo le sucede a las sociedades, los modelos sostenibles son, en la actualidad, una cuestión que está en pleno debate y que aparece en todos los ámbitos, así que el transporte y la logística no se encuentran ajenos a este debate.

Ante la pregunta sobre cuál será el nuevo paradigma de la conducción, la respuesta tiene tantas matizaciones como ámbitos tiene el transporte. Pero no tan solo se debe pensar en la forma en que lo conocemos ahora, sino en cómo deberá ser el día de mañana, cómo se proyectará en el tiempo y qué necesidades deberá cubrir.

En el año 2000, Nicholas Negroponte, gurú de las TIC, acuñó el término “indigentes digitales” que, paradójicamente, no está relacionado con ser del norte o del sur, ni tampoco con el nivel o potencial económico, pero sí que está relacionado con nuestra relación con las tecnologías de la información y la comunicación y con la era digital.

No paramos de innovar y desarrollar modelos económicos basados en la digitalización a una velocidad impensable hace simplemente un par de décadas, de tal forma que ya se habla de la cuarta revolución industrial: la digitalización y la búsqueda de la sostenibilidad.

Y aquí vuelve a surgir el término sostenibilidad. Pues bien, a mi entender, el transporte y la movilidad, en términos generales, está influido por las nuevas tecnologías que están haciendo posible su transformación. ¿Cuáles son las tendencias que están ayudando a que la movilidad se modifique?
La primera es una combinación de tecnologías y las vías y los vehículos tienen en ellas un gran aliado. Otra de las tendencias es la movilidad local, la regulación y la nueva movilidad, los vehículos autónomos, las infraestructuras inteligentes y cualquier tecnología que actualmente se puede extrapolar al sector. 

Hasta ahora hemos hablado de la aportación de las nuevas tecnologías y la digitalización en la movilidad, pero me gustaría hablar del factor humano y el papel que juega, y jugará, en la sostenibilidad y la seguridad, lo que es sin duda un binomio indisociable. El factor humano no puede ser obviado, todo lo contrario, se debe hacer un gran esfuerzo para que sea integrado en las TIC porque, sin él, no habrá una movilidad segura y sostenible.

En las últimas semanas observamos cómo, en los medios de comunicación especializados, se habla del fuerte empuje del transporte y la logística en la economía nacional que actualmente supone un 8% del PIB, lo que viene a ser unos 11.000 millones de euros y da trabajo a más de 950.000 personas.
Difícilmente podremos hacer sostenible un sector si no incluimos a su capital humano.

Por otro lado, también tenemos conocimiento de las nuevas aportaciones tecnológicas de los vehículos a la seguridad y a una movilidad sin accidentes (al menos sobre el papel). Aportaciones tecnológicas que van desde asistentes de conducción, pasando por nuevos elementos de seguridad de los vehículos y acabando con el vehículo autónomo.

Pero una sociedad como la nuestra, que necesita un crecimiento continuo para salvaguardar lo que, en los países desarrollados, se llama el estado del bienestar, necesita de la industria y del consumo; actualmente el empuje de la economía hace que el flujo de mercancías crezca y ese crecimiento implica un reto para la movilidad y la seguridad. Este proceso es de tal magnitud que solamente el transporte de mercancías necesita en estos momentos entre 10.000 y 15.000 conductores. Se habla de que, entre el transporte de mercancías y viajeros, en la UE hacen falta más de 50.000 conductores.
Pero la falta no es únicamente de conductores sino que se necesita capital humano. Y ahí radica uno de sus grandes retos: conseguir capital humano cualificado que cubra las necesidades actuales y futuras.

Es por ello que los nuevos conductores profesionales deben estar dotados de nuevas competencias que cubran sus carencias e impulsar además la adquisición de competencias tecnológicas, idiomas, automatización de procesos, etc., pero sin la ayuda del sistema educativo será muy complicado que esto se consiga.  

Hemos visto que, desde el inicio de la aparición del automóvil, se han ido planteando retos y problemas que han obtenido una solución gracias a la tecnología aplicada al vehículo, a la ingeniería en las vías y a la regulación de las reglas de tráfico para que de esa forma se haya podido seguir avanzando. Se han conseguido desplazamientos más rápidos, transportar más carga que nunca y desplazar a un gran número de personas.

El factor humano ha sabido adaptarse a estos cambios y ha ido adquiriendo nuevas competencias que han permitido una interactuación con el resto de elementos del tráfico.
De esta forma, no podemos admitir pérdidas de vidas causadas por accidentes de tráfico a cambio de una movilidad absoluta y de un crecimiento social y económico.

La sociedad debe ser consciente que conducir y desenvolverse en la circulación conlleva un gran sentido de la responsabilidad y mucha empatía. Si bien es cierto que, en la actualidad, la cota de seguridad en nuestros vehículos es muy alta debido básicamente a la incorporación de elementos de Seguridad Activa y Pasiva y, gracias también a las nuevas tecnologías, es el conductor quien toma las decisiones, quien tiene la capacidad de hacer que todas esas ventajas, ofrecidas por los vehículos y por las vías, sean aprovechadas y contribuyan a conseguir el riesgo 0.

Actualmente, la diversidad de vehículos que se encuentran en las vías es muy amplia, sobre todo en las ciudades con la irrupción de vehículos eléctricos; el parque móvil eléctrico continúa aumentando, vehículos que no producen contaminación ambiental ni tampoco acústica y que aportan ventajas y problemas como la ausencia de ruido y el mal uso que algunos usuarios hacen de determinados vehículos de movilidad personal, poniendo en riesgo a las personas de edad avanzada que no pueden percibir su presencia ni tampoco reaccionar ante ella.

Para concluir, los conductores y el resto de usuarios de la vía deberán adaptarse al nuevo paradigma de la movilidad, tal como han hecho siempre, y dar respuesta a las necesidades creadas; deberán circular con la totalidad de sus capacidades y competencias, y yo añadiría, con responsabilidad, respeto y empatía. Hagamos nuestro el objetivo de 0 víctimas en nuestras vías.



[1] https://es.wikipedia.org/wiki/Ferrocarril
[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Ferrocarril
[3] https://es.wikipedia.org/wiki/Historia_del_autom%C3%B3vil
[4] https://es.wikipedia.org/wiki/Accidente_de_Los_Alfaques
[5] ¿Es sostenible el modelo actual de transporte? Publicado en el Boletín FTP junio 2018 (Formación para el transporte profesional)